Un "simpa" azaroso
Todos sabemos lo que es hacer un simpa. Hasta ahí fácil. Lo que no es tan fácil es que salga bien esa jugada. Cada vez que pido la cuenta en un sitio, trato de identificar las posibles salidas que tendría si quisiera hacer uno. Ya sé que no es lo más correcto, pero esa estrategia rápida que piensas en ese momento puede servirte algún día en un programa de televisión. Nunca se sabe.
Siempre que he mencionado la idea —en serio o en broma— he recibido caras de disgusto por parte de la otra persona que estaba conmigo. Como nunca he encontrado la ocasión ni el compañero perfecto de “simpa”, el destino quiso que saciase mi sed de delincuente el pasado fin de semana de viaje en Agadir (Marruecos).
Todo comenzó cuando vimos que ir a la Medina caminando era misión imposible. Esa opción suponía tener que atravesar un paisaje muy parecido al que podemos encontrar en un polígono industrial o en una zona con edificios a medio construir, por lo que la mejor forma de ir era cogiendo un taxi.
Alzamos la mano por la avenida en la que se encontraba nuestro alojamiento y, como si estuviéramos en Nueva York pero con menos clase y las mismas ratas, un taxi naranja paró junto a nosotras. El conductor nos vio con pinta de turistas y no era para menos. Una rubia platino con el eyeliner pronunciado y una morena con la piel pálida se subían al que sería su vehículo durante las próximas horas.
Era temprano, estábamos un poco dormidas y no negociamos con él un precio antes de arrancar. Abandonamos la ciudad, por llamarlo de alguna manera, y nos adentramos en una carretera polvorienta repleta de camellos y ovejas. Al ver cómo sacábamos el teléfono para hacer fotos, el taxista paró el coche para que pudiéramos seguir con nuestro papel de guiris con un paseo en camello. Al encontrarse con una respuesta negativa por nuestra parte, seguimos nuestro particular “Paseando a Miss Daisy” marroquí.
Al llegar a la Medina de Agadir y como si de una excursión se tratase, el conductor se ofreció a recogernos a la salida en una hora para continuar con nuestro recorrido. A todo esto, seguíamos sin fijar un precio. Nos pareció buena idea y quedamos con él una hora después. Siguiente parada: Souk El Had, un mercado inmenso con especias, tortugas y cristales de mentol.
La cosa se empieza a poner interesante cuando le insisto en que nos cierre un precio, a lo que el señor responde con “300 dirhams por todo” (unos 30 euros, más o menos). Una tomadura de pelo en toda regla y sin botellas de agua, porque por ese precio, qué menos. Al darnos la opción de pagarle después de terminar nuestras compras en este mercadillo, tuvimos margen para pensar y a mí me dio la idea que da nombre a este artículo.
Al haber quedado con él en la puerta 6 del zoco, se me ocurrió hacernos las rubias y salir por otra puerta diferente y a una hora distinta a la acordada. Eso hicimos. Parecíamos fugitivas.
Nuestro día siguió su curso según lo planeado, sólo nos poníamos en modo alerta a la hora de coger un taxi para desplazarnos de un sitio a otro, no vaya a ser que nos topemos con ese señor.
Nos cambiamos de ropa para ocultar nuestra identidad y para dar un paseo. Mientras tanto, los vecinos de nuestra comunidad se preparaban para la hora del rezo con todas las esterillas kilométricas colocadas por las zonas comunes de la urbanización.
Subimos a casa y, a los cinco minutos, se escucha el timbre. Suspense total, no esperábamos a nadie y no había mirilla. Al ver que la persona que estaba al otro lado empleaba también los nudillos para tocar la puerta, cruzamos una mirada mi amiga y yo para ver qué hacíamos. En el descansillo pudimos escuchar la voz de un hombre llamado Mohammed. En un primer momento pensamos que era nuestro casero, con el que estuvimos de charla unos minutos antes. Parece ser que el nombre Mohammed es como quien se llama Juan en España.
No le dimos importancia hasta que nos comentó que era el Mohammed que nos había llevado hoy en taxi a diversos puntos de la ciudad. No podía ser. Era él. Nos habían encontrado. Estábamos fichadas. Cosas del directo.
¿Cómo no nos iba a encontrar si eso era como un pueblo y encima estábamos alojadas en el barrio menos turístico de la ciudad?
Al final le pagamos menos cantidad de la que quería estafarnos e hicimos una actuación digna de un Oscar. Voy a tener que revisar bien las fotos del viaje, seguro que puedo sacar un álbum parecido al “¿Dónde está Wally?” pero con Mohammed escondido por los sitios.