Te despiertas o, más bien, te despiertan de un vuelco. El mundo empieza a girar a una velocidad tan rápida que tienes que agarrarte para no caerte. La cabeza se activa y comienza su ejercicio de darle vueltas a todo. El corazón, mientras tanto, comienza a latir sin parar. Esa nueva percusión que nace dentro de tu pecho te va a acompañar durante el resto del día. Más te vale que te guste la marcha.
Dejas de tomar café para intentar que se calmen las aguas. Las manos te tiemblan igual. No eres capaz de coger un bolígrafo o de utilizar gestos al hablar porque se notaría demasiado. Sueles decir que es por la cafeína, que has tomado más tazas de las que deberías y que tienes que pasarte al descafeinado o al té. Es la mejor excusa y la que mejor funciona. No pueden saber qué tienes y, si lo descubren, no serviría de nada; nadie tiene las herramientas que necesitas para poder hacerle frente a esto.
Ni el mejor de los consejos puede hacer que cambies de actitud, porque, cuando menos te lo esperes, cuando creas que lo tienes bajo control, cuando más confiado y seguro de ti mismo estés, te sorprende una sensación de hormigueo en las mejillas y la percusión comienza de nuevo a sonar dentro de ti.
Un cosquilleo te inunda el cuello y comienza a bajar para detenerse en la zona lumbar. Los labios te tiemblan y las lágrimas te dificultan un poco la visión. No es la primera vez que te rompes a llorar por la calle o en el transporte público. Las ganas de tirar la toalla te esperan a la vuelta de cada esquina. Así es la ansiedad y así es vivir con ella.
Hace una semana que ya no siento esas palpitaciones. Me sigo despertando de un vuelco, pero por el sonido de la alarma. Mi pulso continúa siendo un desastre por mi naturaleza nerviosa, pero al menos ya no suena el ruido de mis anillos golpeando el ratón del ordenador por culpa de ese temblor. Lo que me provocaba estos episodios tan desagradables está ya fuera y lejos de mi vida.
Aunque no lo entendiera en su momento, ha sido un aprendizaje muy valioso para darme cuenta de que, la única persona que me puede pisar en la vida, es aquella que no va agarrada cuando el conductor del metro pega un frenazo. Cosas del directo.
Esta joven cada día escribe mejor.