Mucho se habla de la subida del precio de la leche, los huevos o los calabacines y poco de aquellos alimentos puntuales −y no por ello menos importantes− que ayudan a las personas ansiosas como yo en ciertos momentos críticos de la semana: los Risketos.
Cuando estoy estresada, recurro a ellos. De hecho, si me ves con una de estas bolsas entre manos, o con los dedos naranjas, sólo puede significar que estoy muy cerca del colapso. Y es por eso que, en un estudio de mercado que nadie me ha pedido pero que he hecho, porque es necesario dar visibilidad y apoyo a los afectados, he empezado a recordar todas las veces en las que, con muy poco, podíamos llevarnos media tienda de alimentación china.
Cada vez que me atrevo a poner un pie dentro de uno de estos establecimientos −que se han convertido casi en una experiencia Sánchez Romero− un flashback me sacude y me lleva a la salida del colegio, cuando me acercaba a ver cómo podía maltratar a mi estómago o tentar a las caries con las monedas que llevaba en el bolsillo pequeño de la mochila.
En este estudio de mercado, las bolsas de Risketos y demás sucedáneos, empezaron costando unos 25 o 30 céntimos en su tamaño más pequeño y unos 75 céntimos la bolsa grande. Tengo muy buena memoria. Puedo recordar perfectamente estas cosas.
Bien, ahora la bolsa pequeña tiene el precio de lo que costaba la grande y diréis: claro, la situación económica ha cambiado. Es evidente, pero al igual que se fija un tope para ciertos alimentos, también tendrían que hacerlo con esto. No es por mí, es por los niños y por una infancia digna. Que sepan el juego que puede dar el tener 75 céntimos en el bolsillo.
Antes, con ese dinero, te comprabas una bolsa de conos, una de Cheetos (de las pequeñas) y con los 10 céntimos que te quedaban, elegías dos melones de chicle, unos Clix o varios Happydent. Otra combinación podría haber sido dos bolsas de palomitas Risi: unas de mantequilla y otras de kétchup y, con lo que sobraba, un chicle Boomer. No me he atrevido de momento a preguntar a cuánto sale cada chicle. No estoy preparada para saberlo.
Si lo que querían era que dejara mi adicción, lo han conseguido, porque mi otro extremo son los donetes o los filipinos blancos y, con estos precios, se me quita la ansiedad de golpe. Terapia de choque, que lo llaman, o cosas del directo.
Aquí otro afectado por la subida de precios a estos bienes de primera necesidad. En mi caso, la demencia va por etapas: unos meses me engancho a los Risketos, otros a las Ruffles, luego me paso a los torreznos, vuelvo a los Risketos... Mi nivel de estabilidad mental en cada momento se puede medir por el número de bolsas vacías de estos productos que hay en mi cubo de basura.
Nuestra salud física seguro que agradece este encarecimiento, pero ¿y la mental?